Académicas UDP presentan artículo sobre dismenorrea y su impacto en la calidad de vida

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“Se observó una mayor probabilidad de alteraciones en la movilidad, desempeño de actividades habituales, dolor generalizado, salud mental y calidad del descanso”, afirma la docente Julieta Aránguiz.

12 / 06 / 2025

Julieta Aránguiz, Rossana Recabarren y Juana Mora, académicas de la Facultad de Salud y Odontología UDP, publicaron recientemente el artículo “Gestión menstrual e impacto de la intensidad de dismenorrea primaria en la calidad de vida: estudio transversal en mujeres chilenas” , que estudió uno de los problemas de salud menstrual más comunes que experimentan las mujeres en edad reproductiva.

Definida como el dolor tipo cólico recurrente durante el ciclo menstrual, esta condición afecta a un gran número de personas, pero suele ser normalizada a nivel social y clínico. “Esto conlleva a una invisibilización de sus efectos en la funcionalidad de la mujer. Nos propusimos, por tanto, generar evidencia local que permita cuantificar este impacto desde una perspectiva biopsicosocial, incorporando además la experiencia subjetiva de las mujeres a través de herramientas estandarizadas”, cuenta la académica Julieta Aránguiz.

Se trató de un estudio observacional transversal, con una muestra de 392 adultas chilenas con menstruaciones dolorosas en los últimos seis meses. El objetivo de la investigación fue determinar la asociación entre la intensidad del dolor en la dismenorrea primaria y el impacto en la calidad de vida relacionada con la salud menstrual, presentismo y función sexual.

¿Cuáles son los efectos más significativos del dolor menstrual sobre la calidad de vida?

El estudio evidencia que el dolor menstrual severo o extremo (evaluado mediante la Escala Visual Análoga) se asocia con un deterioro significativo en Múltiples dimensiones de la calidad de vida. Específicamente, se observará una mayor probabilidad de alteraciones en la movilidad, desempeño de actividades habituales, dolor generalizado, salud mental y calidad del descanso. Asimismo, las mujeres con dolor intenso presentan mayores niveles de presentismo —es decir, estar presentes esencialmente pero con rendimiento reducido— y una disminución en aspectos de la función sexual como el deseo, la excitación y el orgasmo. Estos hallazgos reflejan que la dismenorrea va mucho más allá de una molestia cíclica: constituye una barrera estructural al bienestar y la participación plena.

Las mujeres encuestadas reportaron un uso combinado de estrategias farmacológicas y no farmacológicas para enfrentar la dismenorrea, la mayoría sin supervisión profesional. Entre lo más frecuente se encontró la aplicación de calor local (96,7 %), el uso de analgésicos o antiinflamatorios (90 %) y el consumo de infusiones o hierbas medicinales (63,5 %).

Las investigadores analizaron también el efecto de la dismenorrea en la salud mental. “Se identificó una asociación significativa entre el dolor severo y alteraciones en el estado de ánimo, particularmente síntomas de ansiedad, irritabilidad y sensación de frustración. Esto se alinea con evidencia internacional que vincula el dolor crónico, incluido el menstrual, con trastornos afectivos, lo que refuerza la necesidad de un abordaje integral y no meramente sintomático”, añade Aránguiz.

Una de las barreras detectadas es la naturalización del dolor menstrual, lo que lleva a que muchas mujeres no busquen atención profesional o no reciban una evaluación adecuada. “Además, existen brechas formativas en los equipos de salud respecto al enfoque biopsicosocial del dolor ginecológico, así como escasa integración de herramientas diagnósticas o terapias complementarias basadas en evidencia”, asegura el docente de la Escuela de Obstetricia y Neonatología.

Las investigadores hacen un llamado a realizar cambios estructurales en distintos niveles. “En el ámbito de políticas públicas, es fundamental incluir la salud menstrual como parte de la salud sexual y reproductiva, con programas específicos de educación, acceso a insumos y cobertura de tratamientos efectivos. A nivel clínico, urge capacitar a los equipos de atención primaria para que evalúen el dolor menstrual de forma integral y validen la experiencia de los pacientes, incorporando protocolos diferenciados según intensidad y cronicidad del dolor. Y en el plano educativo, es clave implementar estrategias para desestigmatizar la menstruación desde etapas tempranas y fomentan el conocimiento del propio cuerpo, fortaleciendo la autonomía menstrual con enfoque de género y derechos”, sostiene Aránguiz.